Cuando un espermatozoide fecunda un óvulo no es una invitación amable. No llama a la puerta, ni pide permiso, ni se limpia los zapatos en la alfombra antes de entrar. Lo que hace el espermatozoide desde que parte de los conductos deferentes hacia las trompas de Falopio se parece más a un «¡allá voy!» que a un «¿se puede?». El esperma penetra con violencia y desemboca en un medio ácido y hostil, y en su camino es atacado sistemáticamente. Es un viaje extraordinariamente largo para un ser microscópico, pero el cabronazo sabe muy bien a donde dirigirse. Lo más curioso es precisamente eso: los espermatozoides que abandonan su hábitat natural y colonizan un mundo diferente, no tienen la menor duda de cuál es su camino. Pero, ¿quién demonios se lo ha contado? ¿Cómo lo han sabido? ¿Qué ingeniero les puso el GPS de fábrica? Hemos aceptado estas cosas con la misma naturalidad con la que aceptamos los casos de corrupción política que salpican nuestro país, sin embargo nada de esto es normal. Nadie en su sano juicio puede entender bien la sabiduría de los espermatozoides.
Cuando golpeo con mis dedos las teclas del ordenador el conjunto de palabras, oraciones y demás estupideces que voy formando, se representan mágicamente en el folio virtual. Pero el folio virtual no es un folio realmente, es solo una proyección, una representación irreal de un folio. El folio no está. El maquiavélico cerebro de un ingeniero lo ha diseñado así. No es un proceso mecánico parecido al de una antigua máquina de escribir Olivetti. Es más complejo. Todo lo que ocurre no es, no está, no existe, o al menos no lo es de la forma en que a mí se me representa. Aun con todo, esto es fácil de asumir gracias a la ingeniería informática y, en concreto, a los avances en ofimática. Pero lo del espermatozoide es distinto. Vaya si lo es. Y lo que ocurre después (la agrupación de células, la formación de tejidos y órganos… la autonomía que adquiere todo) nos asombraría hasta dejarnos sin aliento si no fuera porque quien a menudo nos explica estas cosas lo hace como si nos explicara el mecanismo monótono, simple y aburrido de una vieja Olivetti.
Lo que más se asemeja en astronomía a un espermatozoide es un cometa. Los cometas, como los espermatozoides, tienen también una cola característica. El último que se dejó ver por aquí fue el C/2013 US10, más conocido en el mundillo astronómico como Catalina. Este cometa vino de un lugar llamado nube de Oort y que, si seguimos poniéndonos metafóricos, este sitio vendría a ser, poco más o menos, como los testículos de nuestro sistema solar. No pretendo forzar esta alegoría, pero se da la circunstancia que hay una teoría por la que se piensa que la vida, el agua y todo lo que conocemos llegó a la Tierra a bordo de uno o varios cometas y/o asteroides, y nos fecundaron de la misma manera que un espermatozoide toma un óvulo. Esta teoría, seguro que ya lo saben, se conoce como panspermia. Piénsenlo, quien crea en la panspermia tiene que creer irremediablemente en la vida fuera de la Tierra y, considerarse, en cierta forma, un extraterrestre. Lo admito, en ocasiones pongo la tele o abro un periódico, y me siento un extraterrestre.
A lo mejor no todo es lo que parece, igual que el folio virtual de la pantalla de mi ordenador. A lo mejor los cometas conocen su camino de la misma manera que un espermatozoide sabe a donde ir. Una vez oí que en una sola eyaculación había espermatozoides como para embarazar a todas las mujeres de Europa, sin embargo solo uno de ellos lo conseguía. A lo mejor deberíamos mirar estos objetos, cometas y asteroides, como los restos de una simple, original y reveladora eyaculación fallida.
Peatón Fernández
El soprendente Alejandro Jodorowsky tiene una teoría muy diferente respecto a todo esto, la verdad es que desmonta mi artículo, pero merece la pena escucharle:
Luego, si queréis, podéis ver las entrevista de Jodorowsky con Jesús Quintero (El loco de la colina), pero ya con más tiempo. Podéis no estar de acuerdo, pero el buen rato está garantizado :
One Comment
fran
Como siempre, calidad literaria. No se te resiste nada. “Enhorabuena”